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Apocalipsis
En el tratado llamado "Asclepio" , es decir Esculapio para los latinos, Hermes se reúne con Asclepio y Tat para departir una conversación divina, durante la cual trata de muy diversos asuntos iniciáticos y de religión. En el capítulo 24 se interrumpe el discurso filosófico para dar lugar al siguiente texto, en el que Hermes, adoptando un tono profético, describe las postrimerías del mundo, texto que se ha dado en llamar "La pequeña Apocalipsis ", tal vez por la brevedad del texto, como por lo abrupto de su irrupción en la corriente del relato.
De cualquier manera es una pieza magnífica que testimonia de la admiración y del respeto que inspiraba la religiosidad del Egipto antiguo, así como también, de la percepción del autor sobre el destino de su país y de su culto, de cosas que habrían de ocurrir varios siglos después, y hasta con resonancias que aún hoy nos parecen tocar de cerca nuestra propia existencia y sobrecogen nuestro espíritu.
Aquí, pues, el fragmento del Asclepio:
¿Acaso ignoras, oh Asclepio, que Egipto es la imágen del Cielo, el lugar a donde se transfieren y descienden todas las cosas gobernadas y producidas desde el Cielo? Y para decirlo con toda verdad, nuestro país es el templo del mundo entero. Sin embargo, como a los sabios corresponde conocer lo que vendrá, se impone no ignoréis lo que sigue:
Un tiempo vendrá en que se vea que los Egipcios han honrado en vano a los dioses con espíritu piadoso y religión perseverante: la pureza de la veneración se verá frustrada y su provecho inútil.
Los dioses dejarán la Tierra y volverán al Cielo, abandonarán Egipto, patria que fué domicilio de venerables liturgias, y vendrá a ser una Viuda, privada de la presencia de los númenes.
Extrañas gentes habrán de invadir esta región y patria, y serán los que, a más de despreciar la religión, de forma más insufrible aún habrán de estatuir, con pretendidas leyes y castigos de penas específicas, que la gente se aparte de la religión, de la piedad y del culto divino.
Entonces esta santísima tierra, patria de santuarios y templos, se verá sembrada de tumbas y cadáveres. ¡Ay Egipto, Egipto, de tus cultos nada quedará sino leyendas fabulosas que ni tus propios hijos creerán, y solas sobrevivirán, grabadas en la piedra, las palabras que narran tus gestas piadosas, y el Escita o el Hindú vendrá a habitar Egipto, o algún otro extranjero de tus alrededores!
Los dioses ganarán el Cielo, los hombres, abandonados, morirán todos, y entonces Egipto, Viuda de dioses y hombres, será un desierto.
¡A tí clamo, santísimo Río, a tí predigo el futuro! ¡Rojo torrente de sangre subirás y desbordarás tus riberas, y las divinas olas se mancharán de sangre, y aún más, saldrán de lecho y habrá sepulcros muchos más que seres vivos! Los que queden, si hubieren, se los tendrá por egipcios sólo por la lengua, pero en sus actos serán como extranjeros.
¿Lloras, Asclepio?
Egipto mismo será arrastrado y se empapará de crímenes peores, Egipto, que fué tierra santa, excelsa amante de la divinidad, que fué entre todas las tierras la única habitada por los dioses a cambio de su devoción, y cátedra de santidad y religión para todos, será modelo de máxima crueldad.
Y entonces, cansados de vivir, el Mundo ya no parecerá admirable y adorable a los hombres. Este Todo bueno, del que no hay nada más excelso que se pueda ver, ni hubo ni habrá, estará en peligro y será honeroso a los hombres, y por éso mismo será despreciado y no más será amado este Todo Mundo, obra inimitable del Dios, edificación gloriosa, creado Bueno y compuesto de infinita variedad de formas, instrumento del buen querer del Dios que, sin resquemores, sufraga el bien en su obra, para ser Uno en Todo, para que pudiera ser venerado, alabado, amado por todos los que lo viesen, unificado en un conjunto armonioso y múltiple.
Luego las Tinieblas se antepondrán a la Luz, y se juzgará que la muerte es más útil que la vida. Nadie alzará los ojos al Cielo. Se tendrá al religioso por loco, al ateo por inteligente, al frenético por fuerte, al criminal por un hombre de bien.
El alma y todo lo que la completa y por lo que nació inmortal o que se presume logrará la inmortalidad, de la manera como os dije, será puesta en ridículo, y aún más, será considerada inexistente.
Y llegará, creedme, a constituirse pena de muerte para el que se entregue a la santa religión del espíritu.
Habrá nuevos derechos, nuevas leyes. Nada será santo, nada piadoso, no se admitirá que haya nada de valor en el Cielo ni en los seres celestes, ni se lo aceptará en la intimidad del corazón.
¡Entre dioses y hombres habrá un tristísimo abismo! Sólo quedarán los demonios malignos, que, entremezclados con la humanidad, conducirán a los miserables con violencia a poner mano en todo osadía malsana: guerras, rapiñas, fraudes y todo lo que es contrario a la naturaleza de un ser vivo.
La Tierra entonces perderá su equilibrio, no se navegará en el mar, ni se mantendrá en el Cielo el curso de los astros y las estrellas. Callará toda Voz divina, condenada a un necesario silencio, se pudrirán los frutos de la tierra, y el suelo perderá la fertilidad, y el mismo aire enflaquecerá en una fermentación corrupta.
Ved entonces cuál será la vejez del Mundo, irreligión, desorden, iracionabilidad en todos los bienes.
Cuando todas estas cosas ocurran, ¡oh Asclepio!, entonces aquel Señor y Padre, el Dios, primer Poderoso y Gobernador del dios uno, considerados estos hechos y crímines voluntarios, de su propia Voluntad, que es la Benignidad del Dios, resistirá a los vicios y a la general corrupción, corregirá los errores, consumirá la entera maldad ahogándola en diluvio o consumiéndola por fuego o destruyéndola con epidemias pestilentes dispersas por lugares de la tierra, para devolver al Mundo su antiguo rostro, para que vuelva a ser adorable y admirable, y para que los hombres que entonces hubiere celebren con frecuentes himnos, ruegos y bendiciones al Dios, Hacedor y Recomponedor de la Obra.
Y así será el nacimiento del Mundo: renovación de todas las cosas buenas, restitución de la santísima y muy piadosa Naturaleza del Mundo, Querer que es y fué sempiterno sin comienzo, porque la Voluntad del Dios no empezó nunca, siempre es la misma que es, sempiterna. Porque el ser del Dios no consiste en nada más que en la Decisión de su Voluntad.
¿La Bondad Suma es una Decisión, Trismegisto?
La voluntad, Asclepio, nace de la decisión, y el mismo querer nace de la voluntad. Porque Aquel, que es la plenitud de todas las cosas y que quiere todo lo que tiene, no quiere nada impensadamente. Entonces, todas las cosas buenas que existen, las considera y las quiere, porque así es el Dios, y bueno es el Mundo, imágen suya, imágen del Bueno.
¿Bueno, Trismegisto?
Sí, Asclepio, y te lo mostraré. Pues de la misma manera como a todas las especies o géneros que hay en el Mundo, el Dios dispensa y distribuye sus bienes, es decir, la mente, el alma y la vida, de igual forma el Mundo provee y participa todas las cosas que los mortales juzgan buenas, esto es, la sucesión de los nacimientos en el tiempo, la producción, crecimiento y maduración de los frutos y demás cosas similares.
Por este motivo, el Dios, situado más allá del vértice del supremo Cielo, está en todas partes y extiende sus miradas sobre todas las cosas en derredor. Porque hay un lugar, más allá del Cielo, lugar sin estrellas y apartado de todas las cosas corporales.
Hay otro Dispensador que está entre el Cielo y la Tierra, al que llamamos Júpiter. En cuanto a la tierra y el mar, están bajo el dominio de Júpiter Plutonio que nutre a los seres vivos mortales y a los que producen fruto. Son las energías de todos ellos las que otorgan la subsistencia a la tierra, los frutos y los árboles.
Pero hay otros dioses cuyas energías y operaciones se distribuyen en todo lo que existe. Serán pues distribuídos estos que dominan la tierra, y serán colocados en en límite extremo de Egipto, escondido hacia el ocaso, a donde acudirá, por tierra y por mar, toda la mortal raza.
Pero dime, Trismegisto, ¿dónde están ahora estos dioses?
Están instalados en una ciudad muy grande, en una montáña de Libia. Pero por ahora, baste sobre el tema.
-------------- Fin de la pequeña Apocalipsis -------------